“Cuánto ha tenido que pasar cada uno
de ustedes para llegar hasta acá, cuánto han tenido que «caminar» para hacer de
este día una fiesta, una acción de gracias”..
Cuando oí estas palabras, asentí con
una gran sonrisa. Yo había ido a eso, a estar en una celebración eucarística
presidida por él; por el Papa Francisco, a pesar de todo, todo por lo que
tuviera que pasar.
Todo empezó a las 10 de la noche,
cuando, en la iglesia de San Andrés, en Tlalnepantla, abordamos el autobús con
los hermanos de la Inmaculada Concepción. A las 12 de la noche llegamos a un
lugar de Ecatepec, ni idea de en cuál, en donde bajamos. Alguien nos informó
que no podían acercarse más los autobuses, pero que, tomaríamos el Mexibús
(término y servicio que desconocía su existencia hasta esa noche) y que
después, caminaríamos unos 8 kilómetros.. Nos reímos. Pensábamos que era una
broma.
Subimos en la estación UNITEC,
bajaríamos en Las Américas, pero al final lo hicimos en 1ro de Mayo. Había un
escenario y una banda tocando al lado de la avenida, parecía hubiera una feria,
pero era la amenización para todos los que llegábamos. Hacía un frío
considerable. Comenzamos a caminar, y caminar, y caminar.. Había momentos que
dudábamos que fuera la ruta correcta, como cuando tuvimos que atravesar un
terreno entre casas, después de pasar un enrejado que jalaron de la esquina
superior hacia abajo y poder hacerlo. Para ese momento frío ya no teníamos,
íbamos sudando. Por fin, llegamos a donde al parecer era la entrada, sólo había
que buscar el acceso 3. Caminamos a donde nos señalaron, a lo largo de una fila
interminable. Y caminamos, y caminamos y caminamos, hasta encontrar el final de
esa fila, en la que nos formamos. Eran la 1:20 am cuando decidimos descansar
sentándonos en el suelo. Poco a poco empezamos a perder el calor, y comenzamos
a sentir un frío indiscriptible. No eran suficientes las 4, 5 prendas,
chamarras, abrigos, gorros guantes, cobijas con las que intentamos protegernos.
En ese momento ofrecí esa caminata, el frío que estaba sintiendo, por algo; por
mi país, por la paz y el bienestar de mi país, para que todo eso sirviera un
poquito de algo.
Gente tendida en la avenida, cobijas
cubriendo familias, gente abriendo sus puertas para ofrecer sus baños, puestos
de café, todo eso entre pláticas, rezos, cantos, la gente esperaba pacientemente,
mientras, gente seguía y seguía llegando buscando el final de esa fila.
Perdimos a la gente de la inmaculada, pero nos la pasamos con la del “Espíritu
Santo”, una señora de esa comunidad se había ido a informar. Le dijeron que
hasta las 4:30 am comenzaría el acceso. Qué raro, yo había oído en la radio que
comenzaría a las 10 de la noche.. Dieron las 4:30, y la fila no se movía, habrá
pasado media hora cuando comenzamos a caminar. Pidieron hacer una sola fila,
uno detrás de otro. Eso parecía imposible. Al final se logró haciendo fila en
zigzag. Avanzamos, y caminamos y caminamos. En el camino nos decían que no nos
iban a dejar pasar botellas de agua, ningún líquido.. “¿cómo?”, preguntábamos.
Yo llevaba una botellita que había llenado de vino tinto. Como pudimos, Paty y
yo nos la tomamos mientras seguíamos caminando. Dejamos nuestras botellas en
una entrada sin botes de basura. ¡Cómo había de basura..!
En algún momento llegamos por fin en
donde pasamos revisión. Otra vez ya tenía calor, así que no me importó quitarme
el abrigo. Seguimos caminando por un terreno inmenso, sobre grava, arena y
nubes de polvo. Ahí nos volvimos a encontrar con la gente de la Inmaculada y
también a la de Valle Dorado. Nos señalaron el lugar que nos correspondía,
entramos a una especie de corral, elegimos una orilla y ahí nos sentamos. Eran
las 6:30 am. “¡Mira, Paty!, ya está amaneciendo..”
En un escenario junto al altar hubo
gente que animaba el ambiente, mientras el frío ya no sólo era indescriptible,
era terrible, insoportable.. lo veía en la gente que se encogía y temblaba. Yo,
afortunadamente no. El vino fue mi salvación, y la de Paty con quien lo
compartí.
Me recosté unos momentos, estaba
cómoda, calientita, como a las 7:30 comimos un poco de chocolate, para seguir aguantando,
los efectos del vino estaban desapareciendo. Sentir los primeros rayos del sol
después de una noche que ni me creía, me provocó una de las alegrías más
grandes, como ningún otro 14 de febrero en mi vida. Ya estábamos más cerca de
la llegada del Papa. Mientras esperábamos la gente dormía, comíamos, se
practicaban las porras, los cantos, la ola.. Comenzaron a dar instrucciones,
para el momento de la comunión, la salida, el cómo comportarnos, cuidarnos.
Vimos aparecer el helicóptero en el
cielo, ya llegaba el Papa Francisco, el júbilo comenzó, banderitas sin palito,
pues también los quitaban en la entrada, palmas al cielo, gritos y porras.
Pasó, quizá, media hora más. Se empezó a oír más y más gente gritando, el Papa
estaba entrando al predio en el Papamóvil, por fin apareció en el pasillo junto
al que estaba.. Fueron segundos, milésimas. No tuve la fortuna de verlo de
frente, volteaba al otro lado, pero no importaba, tenía la fortuna de estar en
la misa que celebraría el mismo vicario de Cristo.
La lectura de las tentaciones de
Jesús en el desierto y la explicación que dio el Papa durante la homilía no
pudo ser más apropiada. El Papa habló de la dignidad de las personas y de tres
tentaciones que buscan degradar ésta: La riqueza, la vanidad y el orgullo. Me
pregunto si la habrán entendido o si se habrán sentido aludidos las personas de
las primeras filas que, después me enteré, eran los “invitados especiales” y
llegaron hasta el predio en autobuses de primera clase. Igual no me importaba,
estuve ahí, tuve la oportunidad de comulgar y de vivir algo que, lo más seguro,
no vuelva a repetir.
A partir de la llegada del Papa perdí
la noción del tiempo. No sé a qué hora empezó la misa, no sé a qué hora
terminó, no sé cuánto caminamos de regreso, entre polvareda, atravesar después
el caserío, entre mareas de miles y miles de personas, sentarse en la banqueta un
rato para comer algo. Durante la misa, y a la salida conseguimos unas bolsitas
de agua, unas 4 o 5. Con eso tuve. No había baños por ninguna parte, así que
era mejor no abusar.
Y volvimos a caminar y caminar, y caminar. A las 3:45
llegamos a Plaza las Américas, no encontrábamos cómo transportarnos, hasta que
después de más o menos una hora, logramos subirnos de nuevo al Mexibús, y por
nuestra cuenta, regresar a casa y llegar a ella a las 7 de la noche.
Se vieron, se vivieron cosas, desde la desorganización, hasta la degradación por un lado y de privilegio
por otro; la gran mayoría no entenderá por qué pasar por todo esto y es que, en realidad, no hay nada que entender, porque todo lo que vivimos, fue un acto de Fe.